viernes, 27 de julio de 2007

O'Hara




Me llamo O'Hara y tengo 10 años y medio. O eso dicen, la verdad es que yo no puedo saberlo bien, porque lo primero que recuerdo fue que uno de esos monstruos con ruedas y motor me pasó por encima, y habría muerto si unas personas de la protectora ANAA no me hubiesen encontrado. De mi anterior familia, no recuerdo nada.

Estimaron que tenía 15 meses el día en que ella vino a por mí. Era una cría humana de 11 años, el pelo rubio y rebelde atado en una coleta, los dos dientes delanteros bastante salientes para lo que yo acostumbraba a ver en las crías humanas, y en general, bien alimentada, eso se notaba de lejos.



Yo era entonces joven, y gustaba mucho a los otros perros, así que la cuidadora me llevaba en brazos, y yo miraba a los machos por encima del hombro desde arriba mientras ellos se arremolinaban a los pies de la cuidadora. Entonces la cría humana se fijó en mí. Venía con sus padres y su hermano, pero desde la primera mirada yo sabía que mi dueña sería ella.



Vinieron a por mí a la semana siguiente. Yo tenía mucho miedo, así que me escapé a los dos días. Salí corriendo, y por aquella época era difícil cogerme cuando corría... Me encontró otra familia con un perro blanco enorme y esa noche la pasé en su cesta, hasta que a la mañana siguiente la cría humana fue a recogerme. Todos me acariciaban y me sujetaban con firmeza, pero ella siempre me trataba como si yo fuese de cristal. Yo sabía que era importante para ella por alguna razón, y no podía ser más feliz. Además, tenían una parcela a las afueras de la ciudad por la que yo corría y escarbaba buscando topos, ¿qué más podía pedir?



Sólo había algo que me tenía preocupada. La cría humana no solía pasear ni jugar con otras crías. Conmigo se deshacía en atenciones, me cepillaba, me cortaba las uñas cuando se me puso mala una pata..., pero parecía que no hacía buenas migas con las demás crías, que la evitaban por sus dientes, su pelo encrespado y porque estaba mejor alimentada que ellas, algo que yo nunca entendí. Una de esas crías llegó a decirle cierta vez que yo era su única amiga. Quizá en aquel momento era verdad.



Y mi dueña empezó a darme las órdenes en voz cada vez más baja por la calle, a lo mejor porque no quería que nadie se fijase en ella. En vez de decir “¡No!”, se limitaba a chistarme. En vez de silbar para que yo fuese con ella, me decía con voz suave: “Ven”. Pero yo la entendía, y estaba siempre atenta por si ella me llamaba. Eso aún sigue siendo igual.



Recuerdo que ella cambió cuando fue a un sitio que llaman “instituto”. Decía que algunas crías aún se metían con ella, pero el primer año estaba bastante contenta. El segundo año, todo se volvió a torcer. Segundo y tercero fueron un infierno para ella, de nuevo a causa de estar mejor alimentada, y, sobre todo, por su pelo. Yo le daba todo el apoyo que podía, me sentaba horas y horas junto a ella y apoyaba la cabeza sobre su rodilla para demostrarle que estaba allí. Fue entonces cuando cogí la costumbre de dormir en su habitación.



Algo ocurrió en cuarto. Conoció a otras crías, que aún hoy siguen paseando con ella. Sus ojos, que siempre habían estado apagados salvo cuando jugaba conmigo, empezaron a brillar de nuevo. Confieso que me sentía un poco celosa, pero al fin y al cabo estaba contenta de que mi ama hubiese encontrado más crías con las que estar. Lo malo fue que ahora tenía menos tiempo para mí.



Quien me sacaba por las tardes siempre era ella; por la mañana y por la noche, siempre paseo con Allen, el perro de la vecina, y ella y la madre de mi ama nos sacan a la calle juntas. Pero aquel año mi ama empezó a salir mucho por las tardes, y a veces era su hermano quien tenía que sacarme. De todas formas, ella siempre tenía una palabra de cariño y una caricia para mí al volver a casa. Incluso desde que llegó él, el nuevo, ella me ha seguido queriendo igual. El nuevo es otro humano al que mi ama quiere mucho, y le abraza y le hace carantoñas todos los días. Supongo que ha venido para quedarse, así que de momento me trago mi orgullo y le tolero. Además, tiene las mismas manos que el padre de mi ama, que me tranquilizan cuando me acaricia, porque están calentitas.



Últimamente yo estoy más vieja, y me han tenido que llevar muchas veces a ver al hombre de la bata blanca que siempre me sube a una mesa fría de metal y me examina con una luz muy rara. Me dan gotas para los ojos, han llegado a clavarme agujas que tenían algo líquido dentro, y hace unas semanas el hombre de la bata le dijo al padre de mi ama que no me quedaba mucho tiempo. ¿Mucho tiempo para qué? Me daba igual, no me gusta ese hombre, y decidí que tenía que ponerme buena para no volver a verle.



Mi ama me miraba con los ojos llorosos cada día, y me daba todas las cosas raras que le mandaba el hombre de la bata. Y poco a poco volví a ver bien por el ojo derecho, y a estar más espabilada. El otro día paseábamos las dos, y eché a correr detrás de una urraca. Mi ama se sorprendió mucho, porque hace años que yo no corría detrás de las urracas, y me sentí muy orgullosa de mí misma...



Estas dos últimas semanas mi ama está sola en casa. Y sé que le ocurre algo. Puedo notar que se siente muy sola, aunque yo esté con ella. Yo también me siento sola, sola y aburrida, porque ella casi no para en casa y no tiene mucho tiempo para mí... A veces sólo le da tiempo a darme las gotas de los ojos antes de irse corriendo. Y cuando está en casa, me mira con ojos tristes. Y yo la entiendo. Me dice: “No puedo hacer otra cosa por tí..., no tengo tiempo”. A veces, me abraza. Últimamente me abraza mucho. Aunque me da calor, yo la dejo hacer, porque algo en sus ojos me dice que ella me necesita más que nunca. Y a veces se pone a llorar en silencio. Es muy raro, porque le sale agua de los ojos; a eso le llaman los humanos “llorar”, pero es que ella no hace ningún ruido. Todos los humanos a los que he visto llorar, al menos gimotean o tienen hipo; ella no. Ella aprendió a llorar en silencio cuando no tenía otras crías con las que jugar.



Pone la música en el salón, y a veces la tele, aunque no la mira. Simplemente deja que suene, para que la casa no esté en silencio. Y limpia. Se pasa el día limpiando para no quedarse quieta mucho tiempo. No sé qué le ocurrirá, pero intento apoyarla, de nuevo, todo lo que puedo. Y de nuevo ella me mira con esos ojos tristes que son como dos pozos profundos y sin luz, y me dice: “No puedo hacer nada más por tí... Lo siento... Ni siquiera me dejan tiempo para volver a encontrarme con calma a mí misma”.



Le debía un agradecimiento a ella. Sí, es mi perra. Y quizá, a su manera, me conoce mejor que nadie... Siempre ha tenido paciencia conmigo, siempre ha soportado una regañina sin quejarse, ha soportado mi pereza reflejada en lo variable de la hora de sus paseos (^^U) y es el ser vivo que mejor me entiende sin que hagan falta las palabras... En definitiva, su historia es la mía también. Este es un post largo, y supongo que poca gente lo leerá hasta el final (eso, si alguien lo hace). Pero tenía que ponerlo. Se lo debía, por raro que suene.



2 comentarios:

Aura dijo...

Jo Anina, cuando se me pase el sofocón te comento... V_V
No suena raro, yo entiendo bien todo lo qe pone aquí...
Un besito.

Anónimo dijo...

Es muy bonico niña.
Yo también me siento muy sola cuando no tengo a nadie en casa, me da un poco de miedo la soledad. Es que lo mío duró 17 años, y no me gusta res de res.