Paz interior

Los gigantescos árboles elevan majestuosos sus ramas hacia el cielo, formando una cúpula frondosa sobre su cabeza. Entre las hojas se filtran los rayos del Sol, como a través de la vidriera de un templo milenario de paredes vivas. Sólo los cantos de los pájaros y el susurro de las hojas rompen el silencio. El musgo que recubre las piedras del suelo refresca sus pies descalzos mientras avanza entre los helechos, la brisa le trae el olor de las flores tardías del verano. La joven destaca en la escena, una criatura ágil y esbelta con la piel oscura y trenzas entretejidas con cuentas de colores.

Finalmente, llega a su destino: una plataforma de piedra pulida que se levanta sobre la vegetación. Sobre esa piedra hay grabados tres círculos concéntricos, formados no por líneas, sino por signos. Palabras en una lengua desconocida, cuyo autor nadie en la aldea puede recordar. En esa plataforma crece un árbol de hojas doradas, cuyas ramas han brotado en forma de cuenco, a modo de nido. Y ese lugar es al que ella acude hoy a reflexionar. Trepa por el nudoso tronco, se acurruca entre las hojas y deja la mente en blanco... Sólo ella conoce este lugar. Aquí, nadie puede decirle qué hacer o cómo hacerlo. Sólo está ella. Ella, el árbol y la tierra. Respira hondo, cierra los ojos y expulsa el aire lentamente... Sabe que, al menos durante unas horas, será totalmente feliz.